Hay quienes presumen que cada momento histórico promueve distintos tipos de problemas psicológicos. Así pues, hubieron épocas más represivas en las cuales la histeria pobló los consultorios, años más tarde los “blues” musicalizaron un escenario en donde afloró el diagnóstico de depresión, para hacia los últimos tiempos, verse acrecentadas los trastornos de ansiedad siendo la vedette los “ataques de pánico”. Por su parte, hay otras posturas que plantean que lo que ocurre es que en tanto la investigación, la hiper-especialización y la agudeza diagnóstica incrementan para una determinada problemática psíquica, entonces es allí cuando los profesionales caemos en la tentación de sobre-diagnosticar.
La labor clínica y el intercambio humano cotidiano parecen situarnos hoy ante un nuevo o ahora más notorio grupo de síntomas. Actualmente, muchas personas llegan a la terapia, sucumbidas por altas cuotas de irritabilidad y una notable inestabilidad afectiva. Manifiestan poseer un lábil control de sus impulsos y acarrean una negativa historia de vínculos interpersonales los cuales se dañan cotidianamente ante esta irascibilidad. Una probable y momentánea perdida de la capacidad de pensamiento racional y un correlato neuroquímico alterado (probable disfuncionalidad del sistema límbico), conduce a que estas personas, quienes presentan un nivel cognitivo y un funcionamiento académico-laboral algunas veces intacto, actúen “al calor del momento” haciendo que situaciones cotidianas se conviertan en explosivas discusiones o agresiones incluso físicas.
Dentro de la psiquiatría y la psicología existen una serie de características que al aparecer unidas consuman, desde los años 80, el diagnóstico de Trastorno Borderline de la Personalidad según el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales (ver cuadro).
Aunque no llegando necesariamente a completar dicho criterio diagnóstico, en la actualidad, muchas de las características básicas de este desorden aparecen como motivo de consulta o directamente las vemos en nuestro propio entorno social. Incluso vemos que muchas sub-culturas de adolescentes y jóvenes ponderan muchos de estos síntomas como forma de encarar y afrontar (o desde su postura tal vez “soportar”) la vida. La auto agresión, las conductas de riesgo, el abuso de sustancias y las relaciones de pareja “te odio mi amor” son algunas de los valores que predominan en estos grupos.
Algunas teorías explicativas plantean que estas personas han sido a menudo privadas de los cuidados necesarios y del apego seguro durante la infancia por lo que se sienten vacías, furiosas y merecedoras de excesivos cuidados.
Suelen sentirse vulnerables al abandono ya que en el fondo existe una creencia de que son rechazables por los demás. Tienden a enmascarar estos temores mediante sentimientos de cólera inapropiada, cambios extremos acerca de su visión del mundo, de si mismos y los demás. Pasan abruptamente del negro al blanco o del amor al odio; sin lograr adoptar posturas neutras o intermedias.
Si bien las personas que reúnen los criterios diagnósticos para este trastorno requieren de un tratamiento especifico, cabe pensar que en una similar línea terapéutica nuestra sociedad o muchos de nosotros debemos aprender a disminuir nuestra actual y desmedida irascibilidad y nuestras polares demostraciones de amor- odio hacia los demás. De hecho, en estos tiempos un tanto violentos y que apelan a la guerra o ataque como primera opción, las alternativas intermedias, la negociación, la estabilidad y los pensamientos en matices son herramientas que debemos recuperar.
Criterio diagnóstico del Trastorno Límite (Borderline) de la Personalidad (DSM -IV):
* Para diagnosticar este Trastorno deben cumplirse al menos 5 de estos criterios
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Lic. Psic. Maira Tiscornia
2008